En «El Sonido Del Metal» existe una situación que desde carriles y canales distintos, queriendo y sin querer, se expone de modo directo, con una concreción que de forma explícita, nos lleva por el camino del crecimiento:
El Aprendizaje.
Para «El Sonido Del Metal» (2020), duros son los cimbronazos que toda nuestra humana estructura sostiene cuando la vida misma y sus avatares se imponen sin pedir ningún tipo de permiso ante los senderos que bifurcan una linealidad de vida o una estrategia para subsistir.
Mediante los artilugios que propone aquel tan mentado y casi nunca correcto modo de planificación de vida que trazamos sin incurrir en los devenires negativos que contiene la formula. Y sin preparación previa para el abordaje de lo limite o extremo.
Y de aprender y situarnos en una postura de vida que nos quita el sentido de inmortalidad o de transitar males. Se trata esta lograda obra de carácter dramático, opera prima del director, guionista y editor estadounidense Darius Marder.
Llevada con criterio pese a ciertos baches narrativos, quien desde una problemática producida por una distorsión que muestra de modo contundente y explicito una incomodidad. Y el medio y la forma de seguir adelante a través de la situación que comienza a reinar y que pone en jaque toda cierta “esperanza de vivir una vida normal”.
El relato en «El Sonido Del Metal» narra la historia de un joven baterista de una banda que comienza a perder la audición.
Los devenires que comienzan a suceder dentro de una situación de pérdida de un sentido. Como su estructura cotidiana se modifican, y los valores, perdidos o no recordados, comienzan a mostrarse como una ampulosa lección de vida.
Este film no es un trabajo que realce la superación humana o el esquema de lucha y victoria contra un mal de salud. Pone de manifiesto el desgarro mismo que produce la impotencia y la incapacidad de no asimilar una nueva condición.
Y cómo de modo visceral; límite; casi extremo; el afectado protagonista va desparramando una batería de sensaciones internas muy claras y lógicas ante un panorama anormal que desembarca en su vida de músico y ex adicto. Sacudiendo su estructura, limitándose a un silencio no deseado.
Una estructura de contención se sucede dentro de la narrativa.
Que con inteligencia separa el realizador, mediante tomas de planos generales de lo ampuloso de la naturaleza y sus contrastes, tan exponencial como los nuestros.
Ese segmento fílmico de personas que deben sostener una dificultad física, ponen de manifiesto el interior golpeado y cargado de gritos y desgarros; sonidos guturales que no pueden salir del baúl del alma.
Que desde el silencio impuesto por el tapar cuestiones de vida no resueltas, pasan a integrar una consigna de cambio y de visión diferente. Un hacerse cargo desde la conciencia y criterio que la verdad, aquella que nunca es triste, pero que no tiene remedio, aplica en instancias difíciles.
Su carácter técnico posee relevancia a través de su logrado montaje y la dirección de fotografía, siendo todo más que conductivo para generar fotogramas veraces y conducentes.
La línea actoral posee dos jóvenes actores en franco ascenso.
La británica Olivia Cook, en el rol de la novia del músico de rock. Va en directo tándem entra la libertad total burlando y rompiendo reglas, hasta la pasividad y lo aggiornado de una vida puesta nuevamente en construcción desde su camino hacia la adultez. Retratando fielmente dos modos de vivir y aquello que late aun en su interior.
Y Rubén, un contrariado baterista que aplica en cada pulso su dolor y su bronca.
Aquel que queda con sus brazos cortados a través de su condición; aquel que debe bucear en un mar diferente de sentidos y sensaciones. Un joven actor que posee la mirada más impactante de los últimos tiempos en el campo cinematográfico.
El inglés activista Riz Ahmed, que genera un psique du rol que si la lógica y el arte prepondera. Debería alzarse con el Premio Oscar a Mejor Actor por su papel único, nada sobreactuado e inolvidable.
Es común que la rabia extrema, el desasosiego explícito que da paso al llanto sanador se presenten como sentimientos demostrados ante el darse cuenta que no somos highlanders ni eternos jóvenes. Ni compramos por internet el elixir mismo de la juventud y la sanidad.
De plano este trabajo, «El Sonido Del Metal» (2020) demuestra que nuestra condición es sumamente endeble y cambiante, pese a los mecanismos de eternizarse por las redes, en segmentos efímeros de nuestra vida.
Demostrando fielmente que el silencio muchas veces, produce la sanidad misma ante el caos que proviene del sórdido sonido.
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Crítico cinematográfico especializado en Cine Argentino.