El cine nacional de finales de los 70, produjo coordinadas implícitas que permitía visualizar aquello por todos conocido, pero que cubierto mediante el manto siniestro del “no te metas y no hables de ciertas cosas”, se silenciaba y pisoteaba, de cara al tránsito continuo de un derrotero oscurantista, que enmarcaba a un régimen vacío y absolutista.
Dentro de ese ríspido panorama, surge un director que con extrema inteligencia comienza a manifestar el atiborrado panorama que la nación misma estaba sosteniendo en su cinta «Últimos Días De La Víctima» (1982).
Adolfo Aristarain posee un logro meritorio: Expresarse artísticamente dentro del severo andamiaje de una dictadura militar; logrando capitalizar desde sus obras; labores reflexivas, de tenores irónicos, simbólicos y analíticos a través del genero policial; para dar paso en la salida del totalitarismo; al cine de denuncia social.
En este caso toma una novela homónima altamente relevante, generada por el pensador nacional Juan Pablo Feinmann, para mostrar los embates y los manejos del terror violento y sus consecuencias mediante la construcción de personajes que desde el punto del estereotipo que cada uno abarca, de modo directo poseen significancia a lo atravesado, dentro de un cuadro narrativo dinámico y eficaz.
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La historia de «Últimos Días De La Víctima» ronda en el devenir de un asesino a sueldo y la orden de un anónimo cliente para que realice un nuevo hecho.
Adentrándose en la inteligencia que requiere su labor, precisa y obsesiva, descubrirá que sólo forma parte de un juego que no le pertenece. De una cadena al servicio de intereses mayores.
La simbología es precisa y contundente. Las cadenas del poder reinante se manifiestan desde las sombras, en lugares vacíos y ampulosos, como aquella nación saqueada y destruida humana y económicamente.
Y la presencia de un asesino frío y ríspido, no es mejor metáfora utilizada para delinear el momento y su coyuntura.
Cada movimiento secuencial del film; las muestras del “modernismo” edilicio que comenzaba a asomar en la ciudad de las luces; las caídas de empresas financieras fantasmas y la brecha profunda entre el silencio popular y el manto despótico; son puntos de importancia en el desarrollo de esta singular obra.
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El mundo interior de su protagonista, atiborrado de procederes dogmáticos; y su sordidez para afrontar momentos que requieren la salida humana del interior, es pieza clave y de suma importancia en esta trabajo de género policial negro con suspense psicológico, que posee una doble lectura; una cuestión intrínseca que la milicia no supo observar, no supo ver que el asesino, era representación simbólica del poder que llevaba a la Argentina a ser saqueada, ultrajada y diezmada.
Con una carga musical muy bien efectuada por el inmenso Emilio Kauderer, y una fotografía que plasma con locuacidad cada segmentación visual, a cargo de Horacio Maira, el film cuenta con un seleccionado de grandes actores que circundan el devenir del oscuro protagonista.
Soledad Silveyra, Julio De Grazia, China Zorrilla, la gigante Elena Tasisto, Arturo Maly y Ulises Dumont, dan vida a este fresco nada pintoresco de una etapa histórica sesgada por el silencio y el terror.
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Y Federico Luppi, como Mendizabal. Quitando todo su método y oficio certero para interpretar un personaje de dureza extrema; conformando un logrado papel dentro de aquello que requiere un entramado narrativo de particular envergadura.
Aristarain conoce en profundidad nuestras calles, nuestra idiosincrasia, nuestros miedos y miserias urbanas y las dispara como efectivos dardos de conciencia.
Mostrándonos a todos como víctimas, en un mundo que preponderaba el poder, la corrupción, y los más bajos instintos de cara a constituir una región salida de una novela de Kafka, más que de consolidarse como nación pujante y con futuro.
Y desde estos trabajos, como «Últimos Días De La Víctima» (1982), podemos encontrar los vectores necesarios para reconciliarnos con nosotros mismos, mediante la toma de conciencia que los mismos contienen y el no permitir nunca más, que espurios poderes decidan sobre nuestras vidas, en pos de construir “el primer día de humano no víctima”.
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Crítico cinematográfico especializado en Cine Argentino.