Aquí empieza a jugar el oficio de un director controversial desde sus obras y el planteo de las mismas. .
Además de“Un Mundo Menos Peor” (2004); con “El Acto En Cuestión” (1993) y la maravillosa “Buenos Aires Viceversa” (1996), Alejandro Agresti genera propuestas casi en la línea del cine independiente.
Explorando en este trabajo el residual, el dolor más allá del sesgo armado que la dictadura militar tristemente constituida en nuestra nación en aquel fatídico año 76’, esparció por nuestra tierra dilapidando a futuro muchas esperanzas de vida normal a miles de familias.
La dimensión exacta de los males que han aquejado a una nación y su conjunto se manifiestan cuando por determinadas causas. Se debe enfrentar al pasado, con el compromiso de entender que desde conocer y situar hechos y momentos duros, difíciles y conspicuos; el internalizarlos y trasladarlos a nuestra memoria puede constituir carril efectivo para no volver a repetirlos.
Una serie de trabajos fílmicos desde el advenimiento democrático de 1983 han abierto un espacio de reflexión y análisis, algunos de modos severos, otros que intentaban quitarse del lineamiento del “boom por la memoria”; y entre ellos encontramos los de un cineasta casi siempre comprometido con aquellos difíciles avatares recorridos durante gran parte de nuestra historia contemporánea.
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La historia de “Un Mundo Menos Peor” (2004) narra el devenir de una mujer que descubre que su marido, al que creía muerto hacía más de veinte años, aún vive en un pequeño pueblo del partido de la Costa.
Hacia allí viaja con su hija, quien nunca conoció a ese padre. Juntas tratarán de hacerle recobrar la memoria y de brindarle una familia.
Con un transcurrir lento pero sin recaer en el límite del aburrimiento, la historia planteada por Alejandro Agresti nos acerca de modo directo a los más minimalistas sentimientos de personas tan comunes y normales como cualquiera de nosotros; pero que han sufrido las consecuencias de una dictadura; una guerra en el Atlántico Sur y del sinsentido de la historia.
Y desde el lado de la ternura, el cineasta del cine particular e inclasificable, construye mediante las cuestiones de historia y memoria; de la presencia del pasado en el presente; cuestiones que adquieren una relevancia central tanto a nivel argumental como de composición dramática y técnica audiovisual.
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De lleno y desde la mirada directa y poco convencional de los niños, “Un Mundo Menos Peor” se pone de modo directo en jaque las actitudes, respuestas y movimientos de los adultos en temas altamente urticantes y no resueltos.
El lenguaje del recuerdo y las matrices empleadas desde el olvido que los personajes emplean para (re) construir sus historias personales como individuos y como partes integrantes del entramado social que se presenta en la película; son de un alto grado de interés y convierte a una minimalista historia en un bosquejo de realidades que preferimos tapar, cubrir con el “piadoso manto del olvido” cuando aún, y entre las sobras, sobreviven los fantasmas más oscuros que la mismísima noche cerrada.
Pese al uso de convenciones típicas del cine comercial estilo hollywood (dramatización de una situación familiar, la manipulación de los sentimientos del espectador a través de lo sonoro, un probable final feliz); o modismos y clichés ya explorados hasta el hartazgo, “Un Mundo Menos Peor” se basamenta en dos difíciles situaciones atravesadas: Dictadura y Malvinas.
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Y el acierto parte de la creación y manifestación de personajes que se enfrentan de plano con aquellas problemáticas.
Generando escapatorias a situaciones internas, todo tratado a nivel individual y con un protagonista que se construye una “historia oficial” para así poder sobrellevar su angustioso pasado y un ítem muy interesante que desarrolla la narrativa: La memoria de la generación siguiente a la que padeció o protagonizó los acontecimientos limites; la cual se entera por el discurso de terceros, de situaciones no vividas y su postura e interpelación de los hechos.
En la línea técnica cabe destacar la labor fotográfica a cargo de Jose Luis Cajaraville; la banda de sonido sentida, enfática y profunda generada inteligentemente para cada secuencia que requiere de emoción por el experimentado Philippe Sarde; y un elenco que pone en funcionamiento la maquinaria del sentimiento interior.
Agustina Noya y Rodrigo Noya, don niños prodigios de la actuación encarando con certeza y altura sus roles; el inmenso Ulises Dumont, casi como el inolvidable “Torito” en “No Habrá Más Penas Ni Olvido” (1983), recreando el sueño de volar en un papel a la altura del desaparecido actor, Carlos Roffé, el protagonista masculino de profundidad y templanza; Julieta Cardinali desbordando belleza física y avidez actoral.
Y Mónica Galán; el arquetipo de la dama que lucha, que enfrenta avatares físicos pero que pese a todo; no pierde esperanza a través del amor profundo; en una actuación que se destaca por un rasgo que la caracteriza y que la convirtió en una referencial neta de la actriz argentina por excelencia: su mirada.
Existe algo especial y particular en esta obra: lo necesario que resulta la reestructuración de lazos personales y el sanar heridas físicas y mentales por encima de la recuperación de los ideales políticos; priorizando el criterio y pensamiento de la generación posterior a la de la lucha y el ideal extremo.
“El Acto En Cuestión” (1993) es un homenaje hacia aquellos que plantearon la idea de un mundo mejor. Y que aún hoy siguen soñando, pero a través de la realidad de intentar construir un mundo menos peor.
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Crítico cinematográfico especializado en Cine Argentino.