En “Aballay” o «El Hombre Sin Miedo» (Six Shooters, 2010), he aquí un sublime relato de época, que contiene varios condimentos, tópicos atractivos ante las ganas de abordar un film que genere interés y entretenimiento.
Las historias en «Aballay« que contienen un marco de venganza ante hechos o sucesos traumáticos que ven la veta de liberación mediante eliminar una problemática a través de ese sentimiento. Generan atracción inmediata, situación que produce y enmarca vernos reflejados, más allá del aspecto límite que pueda poseer la misma.
Un pueblo del interior y su belleza natural, una muchacha de buenos sentimientos, un juez de paz despótico y tirano, y causas y procederes humanos duros y ríspidos, entremezcladas con lo netamente costumbrista de nuestras tradiciones, y un tinte de western particular y singular.
Fernando Spiner, su director, es uno de los cineastas más versátiles e innovadores de nuestra cinematografía.
Con un modo netamente personal aborda diversos géneros demostrando una capacidad diferente en cada una de sus realizaciones.
Y en este trabajo, basándose en un cuento breve del grandioso novelista Mendocino Antonio Di Benedetto; expone dos líneas estructurales que realzan la intención y concreción de la narrativa visual, sumando base a la obra: una situación de justicia por mano propia, y un camino a transitar por su protagonista a través de la culpa que lo ingresa en un tópico de vida particular y sorprendente.
El relato cuenta el devenir de un jefe de una banda de cuatreros, quien se quiebra mediante atravesar una profunda situación y adopta un estilo de vida fuera de los cánones violentos; hasta atravesar un suceso que modificara su existir en un contexto que demarca con precisión los procederes humanos en la antigua Argentina del siglo XIX.
Entre facones y entreveros; entre hombres de a caballo; tradiciones gauchescas y truco: Amaicha Del Valle, la locación fílmica perteneciente a la hermosa provincia de Tucumán, regala maravilla visual como postal precisa ante la concepción real de la obra.
La inocencia pura que contrasta con los instintos más básicos y extremos; se van manejando con inteligencia y criterio; sin demarcar héroes o antihéroes; poniendo énfasis en la redención ante el pago de culpas o procederes.
Imágenes religiosas y armas de fuego, ante cactus gigantes y límites de la desolación.
De la humana e inflexible, que mediante tiroteos y puñales, pretende prevalecer en tierras áridas hasta de sentimientos. Poniendo como ejemplo la situación del joven coprotagonista, cubierto de un halo oscuro, quien no se presta la chance de humanizar sus modos, cegado producto de una situación inolvidable y macabro.
Y aquel modo que desde la corrupción más expresa, se van constituyendo los tristemente célebres “Patrones de Estancia” aquellos que manejan los destinos de una población, mediante formas y modos de poder irracional, instaurando el miedo explicito para ejercer su mando.
Ya abolido el “indígena peligroso” comienza el absolutismo gauchesco, una tiranía más que como históricamente, el pueblo mismo debe sostener mediante embates espurios que impactaban letalmente en el género femenino y en el hombre más indefenso; problemática que también aborda el film, generando un interés extra a la hora de comprendernos un poco más.
De modo logrado, la línea técnica de «Aballay» se destaca a través de su diseño de arte.
El sonido, la bella banda sonora generado por Gustavo Pomeranec, en pleno homenaje al maestro Ennio Morricone, y un segmento actoral que realza sobremanera la obra.
Nazareno casero en el rol de un joven decidido y concreto, a cumplimentar un mandato interno, cargado de frialdad y estrategia.
Moro Anghileri como la joven mujer que debe padecer durezas de todo tipo; y sus dos protagonistas, que desde actuaciones trabajadas y sentidas, logran atrapar nuestros sentidos desde el minuto uno.
Pablo Cedrón como el misterioso Aballay, conformando un rol eximio, trabajado desde sus miradas y su presencia casi heroica.
Y uno de los más logrados villanos de nuestra cinematografía.
Claudio Rissi personificando a “El muerto” un ser cínico, detestable, confeccionando la representación de lo peor del ser humano.
Un anacoreta singular se debate en combate letal interno montado a caballo en un mundo pendenciero y extremo. Un religioso dicta su discurso ante el silencio y la entrega de personas que no podían trascender más allá de sus complejas realidades.
Los sistemas sociales, a través de los tiempos, o amoldan y domestican o expulsan sin mover resortes al contrariado. Y Aballay como símbolo, de misterio e ingenio, como un Moreira extraviado y taciturno andando, por el simple hecho de andar.
La obra, firma su fin entre el singular sonido de la “Marcha de San Lorenzo” nuestra épica musical.
Desde la platea, Fregonese, Favio y el inmenso Leone, aplauden desde la gran pantalla de los cielos.
Aballay. Orgullo nacional.
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Crítico cinematográfico especializado en Cine Argentino.