El movimiento de cine llamado Neorrealismo Italiano comenzó al final de la segunda guerra mundial con la obra de Roberto Rossellini “Roma, ciudad abierta.” (1946). Esta icónica película es encapsulada y redefinida en la obra maestra del director Vittorio De Sica “Ladrón de Bicicletas” (1948). Probablemente la mejor película de su movimiento fílmico, caracterizado por mostrar las dificultades y desesperación que los europeos de la época (especialmente los italianos) vivieron tras tanta muerte y destrucción causada por la guerra.
La película está situada en Roma, donde De Sica retrata una ciudad monocroma con mucho grano y utilizando actores no profesionales (también llamados actores naturales) para lograr un mensaje emotivo y punzante en el espectador. Reflexionando en la obra, es increíble cómo algo tan simple como una bicicleta pueda echar cabeza abajo toda la vida y futuro de alguien en un instante, y donde perderlo todo significa verse obligado o tentado a hacer algo tan irracional, o incluso necesario.
El protagonista, Lamberto Maggiorani resulta ser un gran actor a pesar de su falta de experiencia, y tal vez ese detalle es el factor influyente en que su interpretación sea tal cual, dota a su interpretación con bastante realismo y sinceridad. Maggiorani es un hombre perteneciente a este mundo difícil donde su rostro duro y cargado de energía y pesadez nos lo dice todo. Su trabajo como colocador de anuncios de papel lo sostiene de un hilo mientras coloca retratos de Rita Hayworth en la película “Gilda” (1946), un símbolo de alegría y lujuria para unos, que contrastado a él solo representa su bajo estatus social y nacional.
Tras la famosa escena donde la bicicleta es robada, Maggiorani se embarca a recuperarla acompañado de su pequeño hijo (Enzo Staiola), uno de los mejores niños actores en la historia del cine, jurarias que estás viendo un documental de la sociedad posguerra y no una supuesta ficción. Una sensación tan especial y propia del neorrealismo al cual agradecemos por haber empujado las barreras del cine hacia lo tangible, donde la tierra es tierra y las calles son tal cual y no piezas de utilería en un lote de estudio gigante.
Al final, cuando la voluntad del padre es puesta a prueba frente a su hijo nos deja con un suspenso inimaginable preguntándonos si el realizara lo honesto o cederá ante la desesperación, estos momentos tan tensos constituyen uno de los mejores clímax cinemáticos de la década de los 40s, envidiable para los incontables noirs que se estrenaban en la américa de ese entonces.
Cuando vi la película me percate justo de cuanto había influenciado el cine posterior. Existe mucho de “Ladrón De Bicicletas” en “La Vida Es Bella” (1997) de Roberto Benigni, por ejemplo. Incluyendo la obvia comparativa de las relaciones entre padre e hijo, ambas dotadas del mismo dote artístico y realista. Lo que diferencia al Ladrón es el nivel de intensidad y tangibilidad que emana a través de la obra. Enaltecida por el elemento musical de Alessandro Cicognini, una hermosa balada trágica para el protagonista.
Lo que De Sica logró junto con sus contemporáneos (Rossellini, Fellini, entre otros.) es crear una propuesta contraria ante la maquinaria hollywoodense. Un retrato honesto sin intereses de por medio sobre la pesadez de la vida y la búsqueda de la dignidad. Definitivamente una de las mejores películas de habla no inglesa en la historia, vale absolutamente cada segundo.
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