Desde la magnificencia de los escenarios teatrales y los aplausos, alimento principal y talón de Aquiles de los histriones.
“Marioneta” (Álvaro Curiel, 2019) nos introduce a la vida de Ernesto; un actor cubano que llega a México para probar suerte con un papel protagónico que tiene «asegurado» en una importante puesta en escena.
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Frustrado y abatido, nuestro protagonista repentinamente se encuentra en una tierra lejana.
Desempleado, errante y dispuesto a hacer cualquier cosa por callar a su ego, que le recuerda su incapacidad para esconder su acento caribeño, Ernesto se cruza con una banda de estafadores.
Ciegos; cojos; accidentados y desvalidos; los personajes secundarios de este relato trabajan en el sistema de transporte colectivo subterráneo de la Ciudad de México; mendigando y pidiendo algunas monedas para remediar alguno de sus ficticios problemas, los estafadores encontrarán en Ernesto a un mentor, que está ansioso por enseñarles los trucos necesarios para montar dramas convincentes.
Con el metro capitalino como personaje aparte; con identidad propia, “Marioneta” se desarrolla bastante bien, rodeado de actuaciones convincentes y diálogos con estructuras básicas bien implementadas.
A pesar de que algunos momentos del filme se pueden apreciar como telenovelescos; en lo general, el metraje cumple con el cometido de contar una historia con ciertos destellos inusuales.
Es así que, entre decepciones amorosas, algunos clichés y enfrentamientos entre redes criminales; la película se encuentra con los espectadores como un trabajo polifacético: pues, en ciertas partes, nos presentan una cara rosada y heroica, que se asemeja a las comedias románticas de actualidad que pululan por el ámbito cinematográfico; y en algunas otras, nos muestran el rostro más arriesgado, más poético y crudo de la situación mexicana; ese ambiente verdaderamente peligroso, visto a través de la lente de la realidad y no de la coincidencia dulcificada.
Aún con estas fluctuaciones en la trama, “Marioneta” es sincero con su visión sobre la vida.
Que no es otra cosa más que una enorme obra de teatro que se lleva a cabo en el escenario mundial; ese que está atestado de mentirosos profesionales, que juegan diversos papeles durante la obra, que se traicionan a ellos mismos y que tienen encima decenas de máscaras diferentes.
Me parece interesante recalcar el concepto de las clases de actuación que Ernesto le imparte a los mendigos; las cuales podemos ver mimetización y apropiación de personajes y en las que se nos revela que aún la mentira más elaborada y descarada tiene dentro una pizca de verdad, una sustancia que nadie puede erradicar y de la que somos esclavos eternos.
En algún punto de la película «Marioneta» (Álvaro Curiel, 2019), Ernesto se encuentra convertido en un bufón.
En un arlequín bien pagado a merced de un criminal trajeado que lo enfrenta a sus presentaciones más difíciles y que le pone sobre la mesa los papeles más importantes a interpretar. Este mismo mafioso tiene entre sus garras a una joven mujer, a quien trata como su protegida y como salida para sus impulsos sexuales.
Belén, el nombre de aquella mujer, pierde su voz y su libertad, solo para formar parte de la colección de marionetas de este asesino que nos enfrenta a los peligros reales; mismos que habitan en el contexto mexicano fuera de la pantalla y que son un recuento del dolor de las víctimas del crimen.
Así, todo lo que sucede un poco antes del epílogo redentor, se asemeja a este villano, pues, son estos minutos, los que rememoran la violencia mexicana; el carácter sombrío de la vida cotidiana y las relaciones dominantes situadas en los contextos criminales.
Mismas que crean marionetas y que dejan rupturas irreparables en las vidas de los involucrados.
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