Entre Tinieblas: Monjas, Canciones Y Heroína – Opinión

Entre Tinieblas: Monjas, Canciones Y Heroína – Opinión

 “Nos hemos hecho tanto, tanto daño. Que amar entre nosotros es un martirio”

Carlos Arturo Briz Bremauntz, Encadenados (Canción)

Acompañada de un gran plano general citadino, con el vaivén acelerado de los automóviles y la caída del atardecer.

“Entre tinieblas” (España, Pedro Almodóvar, 1983) se posicionó, frente a las pupilas de los espectadores, con un vestido rojo (color almodovariano recurrente en más de un plano de este filme); compuesto de piedras de ironía, lentejuelas de crítica religiosa y costuras cómicas, como la película que introduciría a Almodóvar a la escena internacional.

Tercera producción del director español, “Entre tinieblas” cuenta la historia de Yolanda (Cristina Sánchez), una cantante de cabaret, que, tras la muerte de su novio por una sobredosis, se ve obligada a refugiarse con las Redentoras Humilladas, una congregación religiosa conformada por una pléyade de monjas estrafalarias; con motes estrambóticos (Sor Rata/Chus Lampreave; Sor Perdida/Carmen Maura; Sor Víbora/Lina Canalejas; y Sor Estiércol/Marisa Paredes; y la Madre Superiora/Julieta Serrano), que han pervertido todas las enseñanzas del catolicismo más puro.

“Entre tinieblas” (España, Pedro Almodóvar, 1983)

Sarcástica, mordaz y repleta de momentos hilarantes (como aquel en el que las monjas se acercan a pedirle un autógrafo a Yolanda), la película “Entre tinieblas” nos muestra a un Pedro Almodóvar en proceso de definición de estilo.

Nos muestra a un director preocupado por liberar la creatividad sacrílega, misma que se había mantenido cautiva durante los largos años del franquismo (1939-1975); e interesado en remarcar las problemáticas de vida de dos estereotipos diametralmente opuestos de mujeres: una mujer desenfrenada, libre y sin ataduras; contra monjas recluidas y encadenadas a un estilo de vida que originalmente era riguroso y disciplinario.

Aunque esta disciplina es tergiversada y convertida en una experiencia ruín y descabellada que contiene ácidos (representados con presteza a través de filtros saturados); heroína; novelas indecentes; y boleros provocativos que emanan desde las profundidades del corazón interpretativo de Lucho Gatica.

“Entre tinieblas” (España, Pedro Almodóvar, 1983)

Al contrario de lo que podría parecer, la película no va de un choque de mundos, sino de una complementación, de un acoplamiento.

Monjas que escriben desde la impudicia, que han destruido a todos los santos y personajes virtuosos de su templo solo para alzarse como los íconos predilectos de su propio culto dedicado al pecado y al sufrimiento posterior a este.

Acompañado de un castigo ambivalente que es el recuerdo, por su capacidad de producir satisfacción atemporal, pero también de revivir los dolores más intensos; que se encuentran hambrientas por rehabilitar y reconstruir a los más recurrentes pecadores; son esas monjas almodovarianas quienes cargan con la película (quienes entregan actuaciones perspicaces con tintes de genialidad) y, sobre todo, en quienes descansan los mejores diálogos.

Diálogos encapsulados en un guión apasionado; idéntico a un beso en la garganta o en los labios como se describe en una de las escenas de “oración”.

Desgarrador y oscuro, que exhibe a los hombres como despiadados seres parasitarios y que no da tregua a ninguna de las habitantes de aquella casa, no para, sino de pecadoras.

Con referencias a los infiernos de Fausto, a Góngora y a “algunas de las pecadoras más grandes del siglo” pasado, descubrimos que la “grandeza de Dios” al cual encontramos, un tanto, en los comentarios del diario del novio muerto, entre las frases de control y los crueles adjetivos, se encuentra en la imperfección.

Que los jugueteos musicales son vitales para el desarrollo de una relación poco fructífera; las conversaciones en planos conjuntos que se realizan de ventana a ventana son buenas para el alma; que el lesbianismo monástico es agobiante y que hay que poner al día los hábitos e indumentaria de las vírgenes suplicantes de las iglesias.

Como el espectáculo eclesiástico melodramático que es, “Entre tinieblas” (1983)  me gusta por su desfachatez; por su sagacidad; por vivaz; su holgura; por sus maneras desenfadadas de argumentar las cosas; por su caos; sus signos, señas y simbolismos; por su capacidad para conjugar diversos tipos de dolor y sacrificio; por su cercanía al amor y a lo irreal.

“Entre tinieblas” (España, Pedro Almodóvar, 1983)

Después de observar “Entre tinieblas” y de entretenerme entre sus puntadas, me percato de que también uno se convierte en habitante de la casa de pecadores.

De que, de la misma manera, los espectadores concluyen con extravagancia la experiencia; rodeados de nuevos sudarios para contemplar y de amores (glorificados y santificados por nosotros mismos) merecedores de gritos infernales.


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