Cortometrajes. Me parecen valiosos esbozos, vitales entrepaños que desarrollan la narrativa progresiva e inalterable de un director en particular.
En pro de fomentar el visionado de cortometrajes; traigo a la mesa cinéfila tres trabajos, ciertamente necesarios, para entender el trabajo de la creadora británica Andrea Arnold.
Estimados cinéfagos, hoy quiero hablarles sobre la persistencia de un olvido que me tiene preocupado. Frecuentemente he podido notar la discriminación deliberada de uno de los productos fundacionales de las filmografías de cientos de autores alrededor del planeta: los cortometrajes.
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El primero, “Milk” (1998), sobre una mujer que intenta vivir el duelo provocado por un aborto. Un huevo disparado hacia un sartén es la primera imagen disponible de este micro proyecto con solo 10 minutos de duración.
¿Podría el huevo ser presagio de la tragedia materna? Tal vez, pero de lo que sí estoy seguro, estimados cinéfagos, es de la sagacidad de Andrea Arnold para tratar historias delicadas, pues opta por que su protagonista no acuda al funeral del bebé.
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Le permite escapar de todo protocolo, solo para encontrarse con un joven extraño, con quien se aventura en un viaje automovilístico rarísimo, sin diálogos profundos. “Milk” (1998) se hermana con “Wasp” (2003), un corto sobre otra maternidad quebrada, esta vez desde la precariedad. Ambos trabajos de Andrea Arnold.
Una atareada y joven madre, con cuatro hijos hambrientos (a los que “satisface” con puños de harina); es asaltada por el pasado gracias a la visita de un galán de antaño, a quien prefiere no mencionar la existencia de sus pequeños; que reproducen patrones violentos gracias a la falta de una buena guía de parte de su progenitora.
Aunque la culpa, por supuesto, no puede ser puesta solo sobre los hombros de la madre. Al final, ningún niño viene con instrucciones y la situación de abandono en la que viven es parte de un ciclo de malformación educacional; aunada al abandono de la figura paterna, que también, se puede pensar, siguió un patrón de utilización de mujeres para satisfacer sus animales bajezas solo para botar sus paternidades.
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Acá se repite la escena de sexo en el auto, como en “Milk” (1998); pero cambia el final, pues, mientras en el corto del 98’ desboca en un entendimiento de duelo. Aquí se vivifican los errores de la madre, que, parece entender, la verdadera gravedad de su postura ante los hijos, visiblemente aturdidos.
Si se ve como trilogía, también cabría entender como inicio a “Dog” (2001), sobre las juventudes atestadas de metanfetaminas en un barrio británico pobre; que reincide en dialogar sobre la vulnerabilidad de sus habitantes ante los pandilleros de quinta que personifican a la crueldad más pura.
En este trabajo, Andrea Arnold rescata la historia de una jovencita subyugada ante el nulo poder de un machito postadolescente que termina con la vida de un canino, a patadas; hecho que le permite observar la intensidad del peligro ante el cual se encuentra.
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Vejaciones en casa; en el parque; en el vientre; estos tres cortos son crudamente maravillosos y dejan entrever mucho de lo que Arnold imprimió; posteriormente en “Fish Tank” (2009), como manifiesto final de los entornos británicos hostiles.
Con un poco de “Ratcatcher” (1999) en las vena, me parece que dedicar un poco de tiempo al visionado de estos prototipos (con grandes acabados narrativos) que tanto me recuerdan a “Florida Project” (2017) y que funcionan, maravillosamente como discursos grandilocuentes sobre la carencia; los abusos; la manipulación y la incapacidad para librarse del contexto apabullante; es una tarea, por demás, enriquecedora.
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