“Hondros” (2017) es un documental sobre la vida y carrera del fotógrafo de guerra Chris Hondros, está dirigido por Greg Campbell.
La elegancia de Hondros entre las lluvias de balas, los relatos maternos de la Segunda Guerra Mundial, las gabardinas, el juego preambular en la universidad, la falta de manuales para asistir a coberturas de guerra y los pasos arriesgados son perfectos para esta fina mezcla bélica.
Disparos, pantalla negra. Voces, tumulto, órdenes inentendibles, pasos precipitados y la primera secuencia inicia su camino. Después de situarnos entre pieles negras y cuernos de chivo, nos presentan a la superestrella informativa y mesiánica de principios del siglo XXI: Chris Hondros, fotoperiodista intrépido y amigo sonriente.
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En poco más de 90 minutos, este bravo documental nos sumerge entre las vivencias de un kamikaze del periodismo gráfico que dio hasta la última gota de sudor por cubrir conflictos armados en diferentes partes del globo terráqueo.
Ante estos testimonios uno puede sentirse brevemente empalagado y hastiado por las muestras de romance heroico yanqui; recomiendo resistir las primeras acepciones impolutas sobre Hondros para desentrañar los artilugios del mago moderno de la lente.
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Es posible verlo cruzar los desiertos del Medio Oriente y sobreponerse a sus condiciones adversas, sin doblegar sus ansias por encontrar la veracidad que le hacían tomar decisiones absolutamente compulsivas que iban en contra de la máxima de su madre, que rezaba: “ninguna foto vale tu vida”.
Rebeldía, sagacidad, cercanía, pertenencia y apego son algunas de las herramientas presentadas dentro del arsenal de este periodista. Es interesante observar, en acción, su carisma apabullante y las muestras de solidaridad hacia los sujetos de sus imágenes.
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Hay cierta atracción personal y particular hacia la fotografía de un guerrillero que sonríe a la cámara tras haber asestado un proyectil ejemplar en territorio enemigo.
Este hombre recibe ayuda de Hondros (igual que un niño llevado a la orfandad por la milicia estadounidense) y asimila la ley contraria de lo que siempre se dice en las cátedras periodísticas: informar sin involucrar ni un pelo de la sesera.
El protagonista de “Hondros” es la humanización de la cámara mecánica, la representación atómica del enfrentamiento en contra de los miedos profesionales e incluso infantiles.
Hay que acercarse, entendido desde la experiencia de este, hay que vivir la proximidad de un desajuste social para impactar las pupilas de los occidentales externos a todo lo que no suceda en su limitado patio de acciones vulgares.
Dentro de “Hondros” (2017) existe mucha intención pedagógica, pues parece que advierten, que todo aquello que el protagonista realizó en vida es parte de un cúmulo de proezas inauditas para cualquier mortal que intente internarse en las ciénagas periodísticas.
“Empiezas a ver de lo que está hecha la gente” vocifera el documental, y es que gran parte de su discurso va de analizar el material almático y anímico de un hombre adicto al sonido de los disparos de metralleta.
Todo en su trabajo fluía en torno a la gente y al impacto que era posible ver en ella tras un shock emocional de alto calibre. Hondros también es un apóstol bíblico que deja todos sus cachivaches mundanos para lanzarse a los brazos de la guerra indómita. No había necesidad de maletas, objetivos, planeaciones, sólo una convicción férrea y alguna dosis simplona de arrogancia periodística.
Él estaba donde todo mundo sabía que la historia se iba a desarrollar y de donde la gente escapaba sin reparo. Iba demasiado lejos en la búsqueda quijotesca del ideal, de la luminaria fotográfica inmedible e inalcanzable. Un trotamundos solitario, resignado a escuchar, hasta el fin de sus tiempos, el click de la cámara.
Una pieza cinematográfica intensa e interesante, este documental disponible en Netflix, que le podrá ofrecer mucho material reflexivo a más de un estudiante de periodismo que a él acuda; lecciones para el bloc de notas existencial.
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