Japón es un país de progreso. Es difícil imaginar que la nación de más de 120 millones de habitantes, cuna de grandes literatos, cineastas e ingenieros, alguna vez estuvo sumida en una depresión que parecía no terminar. Para el mundo occidental, la visión del lejano archipiélago ha sido siempre la estadounidense; manchada por las diferencias de la guerra. El cine de heroísmo militar deja a Japón como un país de colores terrosos, de destrucción e ira. Es turno de sus héroes modernos de enseñarle al mundo una nueva cara, a través de cinematografía inolvidable.
Hayao Miyazaki muestra cómo su país pudo sobrevivir a la depresión, terremotos, incendios y una epidemia de tuberculosis a través de uno de los personajes que cambió el rumbo de la aeronáutica mundial, entretejiendo la ambición con el amor en un filme verdaderamente entrañable. “The Wind Rises” (2013) es el onceavo largometraje animado de su estudio, Ghibli, disponible en Netflix.
Traducida como “Todavía se levanta el viento”, el nombre proviene del poema de Paul Valéry que complementa con “¡debemos intentar vivir!”. Este preludio anuncia la tragedia envuelta en belleza. Japón vive días oscuros mientras Jiro Horikoshi sueña con ser aviador. Su ambición no cede cuando descubre que será incapaz de volar, volcándose sobre el diseño de las aeronaves. Su corazón pertenece desde muy joven a la bella Nahoko, quien inspira su búsqueda por perfeccionar la flotilla japonesa con ayuda de los alemanes. Años después, consiguiendo más éxito del que pudo soñar, se reúne con su musa para casarse con ella, sin conocer que su futuro juntos tiene un límite muy cercano.
No son las paletas de color de “Ponyo” (2008) o “My Neighbor Totoro” (1988). Como anunciando el ocaso de su carrera, Miyazaki decide utilizar la animación como un medio para suavizar realidades dolorosas y magnificar el amor como el hilo conector, entre un hombre y su profesión, que jamás habría alcanzado sin haber encontrado el amor.
La historia de Jiro, el inventor del avión de combate Zero, que después sería replicado mundialmente, es la misma que vive en su vida personal. La finura con que están interrelacionadas las tragedias de la guerra con las derrotas personales del personaje son inspiradoras. En sus sueños habita su ídolo, Gianni Caproni, que le hace reflexionar sobre sus ambiciones y le muestra lo maravilloso que será el mundo si logra alcanzarlas.
Intentar vivir es crear aviones aunque su período le obliga a crear máquinas de guerra. Su verdadero amor enferma terriblemente, igual que la mitad del país. La vida no sería la misma sin el amor, un frágil accidente que mejora todo, aún ante la fatalidad.
El humor se reduce a un mínimo que quizá espante a las audiencias más jóvenes. No tiene el mismo sello familiar que su trabajo más entrañable, pero es sin duda una lección de maestría en empatar un hecho histórico con una técnica de animación que está en vías de extinción. Sutilmente recuerdan a la escuela a la que los fanáticos estamos acostumbrados, pero ahora ofreciendo una obra madura, igual que el público que creció con ella.
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