“La mentira más común es aquella con la que las personas se engañan a sí mismas.»
Friedrich Nietzsche
El ojo de un elefante, parafernalia característica de un espectáculo ilusionista de principios del siglo XX, un prestidigitador en el escenario, butacas rígidas que sostienen a los espectadores del teatro que se mantienen atónitos e impresionados ante la magia de aquel hombre con prostéticos en el rostro y más de un as bajo la manga.
Este es el inicio de “Magia A La Luz De La Luna” (Magic In The Moonlight, 2014, Woody Allen); una película que en su primera secuencia nos hace partícipes del trabajo del renombrado y afamado mago Stanley Crawford (Colin Firth), nuestro ególatra; arrogante; narcisista; insufrible; escéptico e irónico protagonista.
Pero Crawford no solo es mago, tiene un pasatiempo destructivo al que da rienda suelta solo de vez en cuando: desenmascarar médiums que estafan a los ingenuos familiares de personas fallecidas, que intentan tener algún tipo de contacto con ellos para quedarse tranquilos y satisfacer su propio ego.
Gracias al decidido activismo en contra de la espiritualidad y los fenómenos paranormales, un viejo amigo contacta a Crawford y le pide ayuda para poner en evidencia los “dones” de una joven y atractiva médium: Sophie Baker (Emma Stone).
Crawford, siguiendo su cruzada contra la magia; aunque, en realidad, su tarea está más allá de ayudar a encarcelar charlatanes, pues la película nos llevará a conocer que la pelea se extiende a su interior y a su pasado. Manifestándose en su pesimismo; en sus diálogos irónicos; su lógica; en sus trucos; sus máscaras; la vehemencia transparente de sus delirios de grandeza y superioridad; y en su infelicidad.
Crawford queda abruptamente asombrado por las aparentemente fidedignas “habilidades” psíquicas de Sophie, quien termina por enamorarse de este descreído hombre de ciencia.
A pesar de que la luz en las escenas al aire libre, a mi parecer, es agresiva y poco armoniosa (contrario a lo que sucede con la luz en los personajes; un resultado más satisfactorio); y que existen varios clichés amorosos dentro del guión, el metraje es bastante sencillo de seguir.
“Magia A La Luz De La Luna” es una buena y amena comedia romántica con un tinte filosófico y espiritual que funciona para explicar que Stanley es adicto a los aplausos, a su público y a las adulaciones que revitalizan su ímpetu por la verdad.
Pero no solo nos describe a un tipo incapaz de perder, sino que explora lo que sucede con Sophie, que es, en realidad, un puente entre la vida aburrida y falta de sentimiento y los verdaderos intereses y anhelos de Stanley.
Así, lo que comienza como una relación tirante y hostil entre nuestros dos personajes, progresivamente se convierte en un nexo basado en que Stanley no puede rebatirle nada; pues todo el tiempo le muestra sus miedos y temores, en cada momento le prueba que teme a su interior, que teme equivocarse, que está desesperado por comprender, que no puede creer en que existe una magia que va más allá de la pirotecnia; los fantasmas, las cartas y que, definitivamente, no le agrada estar desnudo frente al mundo, con la cara lavada, sin sus capas protectoras.
De esta manera, “Magia A La Luz De La Luna”, no parece estar correctamente ambientado en 1928, cosa que salva por momentos la música de época.
La cinta no es un trabajo artístico de vanguardia; ni la crítica mejor elaborada sobre la monotonía de la vida, pero sí una buena manera de pasar el rato y de aprender generalidades.
Lo que también es, es una manera de despertar, un freno total para darse cuenta de lo que se puede perder cuando se vive para comprobar y no para experimentar.
Finalmente, creo relevante hacer hincapié en el tema del universo, en ese inmenso mar inundado de estrellas que tanto miedo infundía en Stanley durante su infancia.
Y lo resalto como importante, pues las intenciones de esta película son igual de claras que esta inquietud canónica de la humanidad; “Magia A La Luz De La Luna” es bastante conciso en su mensaje sobre Sophie: es el acabose para Stanley, pues, además de lo que ya he mencionado, ella desafía su sistema de creencias, desafía lo que cree y lo que tanto ha defendido; pone a prueba su modo de ver el mundo y le adiestra para entender que está trotando por su existencia sin vivir en realidad.
Y es así, que “Magia A La Luz De La Luna” (Magic In The Moonlight, 2014, Woody Allen) culmina haciéndonos saber que no hay poder más allá del natural.
Tambien que “la vida es injusta” (esto cimentado con referencias a Nietzsche); que explotamos las maravillas que se ponen en nuestro camino hasta el punto en el que las volvemos cotidianas y pervertidas; y que, dialogar con Dios muchas veces es un claro reclamo a nuestro interior.
Una epístola unidireccional a nuestra incapacidad, a nuestra ignorancia, incluso una disculpa ante nuestros miedos, ante nuestras barreras mentales.
Y el beso final, esa unión de almas antes de los créditos, muestra que la ilusión es uno de los motores de la vida y que la magia si existe; pero no como queremos verla, sino en una sonrisa franca; en una mirada enternecida; en una mente alucinante que no quiere ser alabada y en la belleza de la esencia humana.
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