“Permanece a mi lado, cuando vaya apagándome. Y puedas señalarme el final de mi lucha” –
Lord Alfred Tennyson, Poema 50 In Memoriam.
La trama del tercer largometraje dirigido por Guillermo Del Toro sigue a Carlos, un niño impactado por las consecuencias de la guerra civil española que es obligado a encontrar un nuevo hogar en un orfanato a la mitad de la nada; donde también hallará subtramas misteriosas e historias de fantasmas, adecuadas para el desarrollo de un relato que explica lo social y lo político a través de la mirada infantil.
“El Espinazo Del Diablo” (México/España, 2001) me dejó impresionado, no solo porque el terror sobrenatural es puesto en segundo plano, sino también por el trabajo dramático argumental que tienen sus cimientos.
Con un niño desaparecido, que se convierte en el elemento primigenio de terror del cuento cinematográfico, este refugio es el escenario más insólito, sencillo y simbólico (adjetivos contrarios al aspecto lúgubre y fantasmagórico de El orfanato) al que se pudo recurrir para abordar la guerra civil española; pues, en estos casos bélicos, se espera que se dialogue desde la trinchera, el campo de batalla o la reunión secreta de los rebeldes, que terminan cayendo en lugares comunes y coincidencias soporíferas.
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Por esta elección de locaciones y por la correcta utilización de la actuación infantil, “El Espinazo Del Diablo” se siente verídica sin el grado usual de parafernalia fantástica que Del Toro utiliza en sus producciones.
El metraje me agrada por su carácter poético, impreso en las referencias a Lord Tennyson y Sor Juana Inés de la Cruz, que salen a relucir en un triángulo amoroso formado por Carmen, regente y señora del orfanato; Guillermo Del Toro la convierte en una rareza viva al quitarle una pierna y armarle con una prótesis que muestra con detalle especial, como un destello de lo rotos que estamos; el doctor Casares y Jacinto, trabajador adjunto y antiguo huérfano.
En esta relación, el doctor, un hombre de edad avanzada, funge como el soporte literario, la voz de la experiencia; mientras que Jacinto, un macho cretino, satisface sexualmente a Carmen, en un acto rejuvenecedor que reaviva las miserables vidas de los participantes.
Destacan, en las actuaciones, los papeles de las dos mujeres del filme (Carmen y Concha, novia de Jacinto). Personajes que explotan en la segunda parte de este metraje con una revelación de libertad que imparte una clase sobre empoderamiento femenino en el cine.
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Hartas del clima político infame, las mujeres de “El Espinazo Del Diablo” son protagonistas de momentos energéticos y poderosos en la trama; que nos permiten entender la emancipación de estos dos personajes, además de su evolución a lo largo de la cinta.
Arriba mencionaba la simbología y la poesía en los diálogos que arrancan sentimientos desgarradores, pero no puedo dejar de hablar de una bomba que un avión dejó caer y que fue tan desactivada como olvidada a la mitad del patio de este orfanato.
La bomba como tal, funciona bien para recordar el contexto bélico, pero también representa el vacío; la atemporalidad; un “evento terrible condenado a repetirse” y a no tener conclusión; al final, un artefacto hueco, este misil está conectado con el fantasma de Santi, un niño que murió en misteriosas circunstancias y que además atormenta a nuestro protagonista (con animaciones y maquillaje espectaculares).
Carlos, pues parece querer comunicarse con el mundo de los vivos para denunciar los hechos relacionados a su deceso.
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Con una tendencia a enterar al público del contexto, que se repite en la filmografía de Guillermo Del Toro como en “El Laberinto Del Fauno” (2006); “El Espinazo Del Diablo” cuenta relatos sobre la pobreza de la guerra; la impotencia por los heridos y los daños; el sacrificio; las problemáticas infantiles de abandono y readaptación que ocurren mientras el conflicto político avanza; las infancias rotas y la religión.
Pero Del Toro no solo tiende a contar parte de la historia de la humanidad, sino a significarla a través de detalles como el espinazo del diablo; que encapsula al pueblo supersticioso y al miedo constante que tenemos y que parece curarse con aguas que brotan de limbos mentales.
Mismos que se asemejan a los pelotones de fusilamiento, lugares catárticos en los que hacemos un recuento de los daños y ofrecemos el repaso final de los pecados capitales cometidos en nuestras vidas.
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