«¡Ay! mi pescadito deja de llorar! ¡Ay! mi pescadito no llores ya más…»
“Hay películas que nos proporcionan una enseñanza que nos acompañará de por vida”, eso fue lo que me dijo mi abuela poco antes de empezar a ver “Capitanes Intrépidos” (1937), la película de la que voy a hablar.
Hace unos días tanto la prensa como la televisión reflejó que muchos adolescentes están sufriendo lo que se ha venido a denominar como ‘Tik Tok tic’.
Son tics parecidos a los que hacen quienes sufren el síndrome de Tourette; lo preocupante es que lo hacen por imitar a los influencers a los que siguen en redes sociales; quienes a su vez lo hacen para burlarse de las personas que realmente padecen dicho síndrome.
Mi reflexión en ese momento fue pensar:“La humanidad se ha vuelto idiota”, pero cuando leí que a quien más estaba afectando era a jóvenes de los países más desarrollados mi reflexión fue:“Esa gente necesita más atención y amor de sus padres”.
Y ustedes se dirán: “¿Y qué tiene esto que ver con el cine?”… Todo.
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Dirigida por Victor Fleming (“Lo Que El Viento Se Llevó”, 1939), con un guión de John Lee Mahin, Marc Connelly y Dale Van Every, sobre una novela de Rudyard Kipling (la película es mejor que el libro).
A ellos se unen el director de fotografía Harold Rosson (“Cantando Bajo La Lluvia”, 1952), el director artístico Cedric Gibbons (“El Mago de Oz”, 1939) y el músico Franz Waxman (“Rebecca”, 1940).
En cuanto a los actores, ocurre como con el equipo técnico, lo mejor de lo mejor: Spencer Tracy, Freddie Bartholomew, Lionel Barrymore, Mickey Rooney, John Carradine o Melvyn Douglas; eso era lo que podías ver en una película de la Metro-Goldwyn-Mayer, el estudio que presumía de tener “más estrellas de las que hay en el cielo”.
La película narra el viaje físico y espiritual de Harvey Cheyne (Freddie Bartholomew); un niño rico, caprichoso y malcriado que conocerá de primera mano la experiencia de una vida real cuando tiene que vivir con unos pescadores; a cuyo barco ha ido a parar por accidente.
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Durante el metraje de “Capitanes Intrépidos” le veremos aprender en qué consiste en verdad “ganarse el pan”, el compañerismo, el trabajo en equipo y la amistad inquebrantable.
Y es en esta amistad entre Harvey y Manuel (Spencer Tracy) donde se manifiesta la relación entre el aprendiz y el mentor; los dos actores cumplen a la perfección con su cometido, sus actuaciones son sublimes. Freddie Bartholomew consigue que pasemos de odiarle a amarle e identificarnos con él.
Mención aparte merece Spencer Tracy, uno de mis actores preferidos, que crea un Manuel ejemplo de humanidad, humildad y fortaleza; por ello se llevó un merecido Oscar.
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En “Capitanes Intrépidos” la épica de la vida en el mar se refleja en las bellas imágenes de navegación, unas imágenes reales y no generadas en una máquina sin alma.
Una curiosidad, como indica Jesús González García, existe una canción popular burgalesa que recibe el título “¿Quién Quiere Entrar?” que actuó como “inspiración” para la composición de “¡Ay! Mi Pescadito” de Franz Waxman.
También hay quien la emparenta con «El Noi De La Mare», una canción popular catalana. Escúchenlas y saquen sus propias conclusiones.
No dejen de ver Capitanes Intrépidos. No soy yo, es Manuel quien se lo dice.
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Director y guionista de cine y televisión. Profesor de Historia del cine, de guion y de dirección en diferentes escuelas e instituciones. Como escritor ha publicado estudios, críticas y artículos relacionados con el séptimo arte. Ha publicado Te acordarás de mí, una novela negra ambientada en el Madrid de Primo de Rivera.