“El Pianista” (The Pianist, 2002) retrata como nadie la desolación, la crueldad y el pánico; pinceladas de una clase de historia y cine, que hace de la imagen su prédica moral y su desgarro emocional.
Varsovia, 1939. El pianista toca una pieza en un estudio de radio, es Władysław Szpilman (Adrien Brody) “Władek” para los amigos, es muy popular en su país y lleva una vida acogedora disfrutando su talento.
La Alemania de Adolf Hitler invade Polonia ese mismo año y los nazis toman la capital. Władek y su familia están impactados.
La nueva realidad los sacude a la mañana siguiente cuando los nazis, ya como ejército de ocupación, comienzan a imponer restricciones a la población judía.
Así, los Szpilman son obligados abandonar su casa para ir a vivir a una zona acotada, denominada gueto. Allí son aislados judíos y otras etnias que Hitler considera contaminantes. El gueto es asfixiante, por todos lados se respira el desamparo, y eso es de lo que habla el film.
Władek (El pianista) trata de llevar comida a su familia, con lo poco que logra contrabandear.
Los Szpilman son finalmente seleccionados para partir en uno de los trenes que los llevará a inexistentes campos de trabajo; donde miles de detenidos esperaran la solución final al problema judío (la cámara de gas).
Gracias a un policía amigo, Władek puede escapar y logra esconderse en un departamento, que admiradores de su música y militantes de la resistencia polaca le prestan. Allí estará solo y en silencio. Recibe cada tanto un poco de pan. Está aislado, débil y desamparado.
Una única ventana lo conecta visualmente con la calle, y por ella, ve la sangrienta revuelta polaca que termina siendo un digno suicidio colectivo, más que una resistencia armada
Para entonces corría el año 1943. Visualmente el gueto es denigrante, la ventana es el único lugar a través del cual el director Roman Polanski no deja ver la realidad. Sus imágenes giran alrededor de una sola idea, la muerte.
El espectador se siente tan a la intemperie como el propio protagonista, cuando su departamento escondite es destruido por el fuego de un tanque alemán.
La cámara de Roman Polanski dibuja este deterioro en “El Pianista” (2002) con artesanía profesional; lugares, prisioneros, opresores, días y noches, son pinceladas fotográficas.
Adrien Brody construye un Władek física y emocionalmente creíble, sobre todo en sus procesos de deterioro. Su rostro desde el comienzo del conflicto retrata incredulidad y miedo, en una actuación artesanal, dentro de una ambientación en el rango de la perfección.
Władek es un icono del prisionero polaco y judío. Termina, salvajemente acorralado deambulando entre las ruinas de una ciudad destruida. Władek es la guerra.
El film “El Pianista” (2002) es extremadamente didáctico sobre cómo se las tuvieron que arreglar los judíos para intentar “sobrevivir” en un gueto sobrepoblado y sin absolutamente nada.
Un oficial Alemán que lo había visto entre los escombros, por humanidad le perdona la vida a cambio que toque algo de su música en un piano sobreviviente de entre las ruinas. La escena es un cuadro del film.
La imagen del poderoso, ya sabiéndose derrotado, se recuesta como un final apoteótico sobre la música de un derruido pianista judío, que intenta sobrevivir.
Las imágenes nos pegan en la cara. El mundo de Władek está silenciado en palabras, pero no en sonidos de cañones y disparos de metralla.
Finalmente, el pianista sale de su escondite en una destrozada Varsovia y se entrega ante lo que cree son nazis, sin saber que eran soldados rusos.
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Soy periodista mayormente de radio. Pienso a la profesión como una manera de estimular el pensamiento crítico del que escucha, lee o mira. El cine es un placer que nos permite disfrutar de vidas y momentos en los que siempre hay algo nuestro reflejado. Trabajé en radios comerciales, cooperativas y universitarias. Poder describir con palabras lo que una película me hace pensar y sentir, es mi intención y mayor meta para con el lector.