Hay películas cuyo visionado aporta algo más que puro entretenimiento, son esas películas que sentimos como una experiencia propia.
Cada uno tiene las suyas, pero muchas son comunes, y una de ellas es la que voy a comentar hoy: “El Show De Truman” (The Truman Show, 1998), dirigida por Peter Weir y escrita por Andrew Niccol.
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La película cuenta la historia de Truman Burbank (Jim Carrey), quien cree vivir una vida normal pero que, en realidad, sin que él lo sepa, tiene lugar en un gran plató donde todos -amigos, vecinos, madre, esposa- son actores que trabajan en un programa de televisión sobre él.
Actualmente este argumento podría parecernos poco original pero cuando se rodó era inconcebible que alguien permitiese, de forma voluntaria, que le grabasen 24 horas al día y que los demás pudieran verlo como entretenimiento.
Por desgracia, actualmente, millones de personas están deseando protagonizar uno de estos programas.
Uno de los grandes aciertos de la película es saber, desde el primer momento, que la vida de Truman no es real, que es un programa de televisión. Para ello Peter Weir recurre a encuadres que solo una cámara oculta puede mostrar.
Para identificar a la audiencia con el personaje de Truman los creadores del programa dotan a este de una vida convencional: va al colegio, estudia en la universidad, consigue un trabajo y se casa.
De esta forma Truman y los espectadores comparten una serie de patrones comunes de forma que estos pueden identificarse con Truman y proyectar en él sus miedos, deseos y frustraciones.
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Durante muchos momentos se nos muestra lo que “El Show De Truman” (1998) es para sus creadores: un gran escaparate donde mostrar todo aquello que quieren vender.
Para castrar el impulso natural -lo tiene desde pequeño- de viajar, Truman recibe constantemente mensajes de lo bien que se vive en Seahaven, su ciudad natal, y de los peligros del exterior.
En el mundo de Truman, una recreación de la América de los 50’s pero con la tecnología de la época en la que se desarrolla la película, todo es perfecto.
La gente es amable, amigable, forman una comunidad donde cada miembro tiene su función, cada uno tiene un papel asignado.
Pero cuando Truman huye y los actores de «El Show De Truman» que hacen de sus vecinos, familiares y amigos le buscan, estos actúan como lo que son, empleados a las órdenes de la productora del programa.
Es en ese momento cuando pueden dar rienda suelta a sus verdaderos sentimientos (resaltar que hasta el encantador dálmata se presenta como una fiera terrorífica).
Peter Weir decide, muy acertadamente, rodar este segmento casi como una película de terror. Como si fuese una secuencia de “La Invasión De Los Ladrones De Cuerpos” (1956) de Don Siegel.
No es hasta la aparición de Christof (Ed Harris) que entendemos como se ha producido todo.
Hasta ese momento la historia se ha desarrollado desde el punto de vista de Truman, a partir de ahí veremos todo desde la perspectiva del “creador” del show, del “Dios” que ha modelado a Truman.
Nos cuentan cómo, desde muy pequeño, se ha intentado anular el deseo de Truman de viajar y conocer el mundo.
Hasta que, finalmente, le hicieron creer que su padre se había ahogado y de esta forma Truman desarrolló una fobia al mar que le impide salir de Seahaven y ver el resto del mundo.
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Pero contra lo que no se puede luchar es contra el impulso más fuerte que existe: el amor y es el amor lo que hace que Truman desee salir ciudad para buscar a Sylvia (Natascha McElhone).
Al final de la película Truman debe decidir entre el cómodo, aunque artificial y sin emoción, mundo en el que vive; o aventurarse a descubrir un mundo desconocido, lleno de peligros, pero también lleno de emociones y sentimientos reales.
“El Show De Truman” (The Truman Show, 1998) es un reflejo de la sociedad en que vivimos.
Donde -ya desde pequeños-, nos dicen cómo comportarnos para ser aceptados por el resto, aunque esto signifique renunciar a nuestra propia identidad y es ahí de donde proviene la mayor de nuestras frustraciones: la renuncia a ser quien somos.
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Director y guionista de cine y televisión. Profesor de Historia del cine, de guion y de dirección en diferentes escuelas e instituciones. Como escritor ha publicado estudios, críticas y artículos relacionados con el séptimo arte. Ha publicado Te acordarás de mí, una novela negra ambientada en el Madrid de Primo de Rivera.